Ni el nuevo iPad, ni los renovados MacBook. Lo único inesperado en los recientes anuncios de Apple ha sido la gratuidad de su sistema operativo OSX, que atiende por Mavericks. Puede sonar algo drástico que un producto de 169 dólares pase a ser gratuito de la noche a la mañana, pero la realidad es que los usuarios lo pagarán por otra vía: Apple rentabilizará su software a través del precio del hardware y de los servicios asociados, aunque de forma sutil. En un mercado en el que la venta de licencias de software se debilita a pasos acelerados, podría parecer que esta explicación primaria es suficiente, pero el asunto tiene cierta enjundia porque altera los modelos de negocio propios y ajenos, los de Apple y los de sus rivales.
Con esta iniciativa, Apple reafirma su identidad esencial de compañía que integra verticalmente el hardware con el software; en la práctica, subraya que lo importante para ella son los servicios: iTunes, sin ir más lejos, creció un 25% en el primer trimestre, y ya equivale a los ingresos generados por la familia Mac, que bajaron el 1%. Al renunciar, en apariencia a que el software sea una fuente directa de ingresos, consigue que los usuarios gasten el mismo dinero (o más) en sus aplicaciones y contenidos. Tampoco es la invención de la rueda, como se verá.
Adobe fue la primera (o la más notoria) empresa de software que dio el salto de la venta de licencias a un sistema de suscripción. Su suite Creative Cloud agrupa software y servicios por una tarifa mensual, y la misma fórmula se aplica a Photoshop a distintas escalas de precio. El movimiento de Adobe, que en su momento pareció arriesgado, ha servido para iluminar las ventajas e inconvenientes que conlleva: a corto plazo, deprime los ingresos del vendedor, es cierto, pero normaliza un flujo recurrente que ayudará a retener la fidelidad del usuario. La diferencia entre Adobe y Apple es obvia: la primera sólo vende software, mientras que la segunda puede enmascarar el coste de su software incoporándolo en el precio del hardware, sin que esto sobresalte a sus fieles.
Comparada con el precedente anuncio de iOS7 esta iniciativa no tiene nada de revolucionario, aunque Craig Federighi, responsable de sistemas operativos de Apple [y figura ascendente en la compañía, atención al personaje], presuma de lo contrario. Es un cambio de estrategia, pero no es la primera vez que Apple desmantela el valor nominal de su software de base: Mac OS fue gratuito en sus primeros años, entre 1984 y 1991, pasando a costar 95 dólares a partir de su versión 7.1 en 1992. Todo es marketing: el precio de OSX 10.6 (Snow Leopard) bajó de 29 a 19 dólares con la llegada de OSX 10.8 (Mountain Lion) el año pasado; con la extinción de los grandes felinos se ha borrado la distancia entre 19 y cero.
Que Mavericks sea gratis, facilitará la actualización de una masa de usuarios de Mac, con un aliciente adicional: Apple les facilitará un espacio personal en su nube para guardar sus archivos. Y lo hará de buena gana, porque este es un mecanismo de éxito probado cuando se trata de retener al usuario.
Si se mira al otro lado de la trinchera, donde está Windows, las cosas son diferentes, pero menos de lo que pudiera pensarse. El sistema operativo tiene un precio nominal, que varía según las versiones, pero pocos usuarios lo compran en el comercio minorista; en la inmensa mayoría de los casos, son los fabricantes los que pagan por la licencia e incorporan ese coste al precio del hardware, con lo que el precio de aquél es opaco para el consumidor. Este es el mecanismo por el que Microsoft recauda miles de millones anuales. Ahora mismo, en la transición de Windows 8 a Windows 8.1, la actualización es gratuita, entre otras cosas para no agravar la fragmentación del mercado entre sucesivas versiones con diferentes cualidades.
De manera general, el acompañamiento de software y servicios que llevan aparejados los sistemas operativos es la fuente verdadera del beneficio y de ahí la necesidad de mantenerlos actualizados. La ecuación sería más o menos esta: los sistemas operativos no son una capa de la pirámide, sino una fusión creciente de software y servicios embebidos; si el software baja de precio, se puede suponer que los usuarios gastarán más en servicios.
La diferencia de modelo de negocio entre Apple y Microsoft es conocida. La primera cultiva un jardín propio, y por eso puede marcar a su antojo el precio del hardware, obteniendo márgenes que ningún fabricante de PC podría permitirse. En un mundo fantástico, si estos OEM no tuvieran que pagar a Microsoft por la licencia, sus márgenes quizá fueran equiparables a los de Apple, que transfiere costes entre una división y otra. Pero los mundos fantásticos no existen, y en el mundo real hay una alternativa que algunos fabricantes están explorando: se llama Chromebooks y viene de la mano de Google, enemigo común de Apple y de Microsoft.
Hasta los más incautos saben que la recaudación publicitaria de Google subvenciona su software. Otro exponente de ruptura del modelo clásico sería Amazon, que sacrifica el precio de su hardware para sacar dinero de la venta de contenidos. Antes que ellos, los fabricantes de consolas ofrecían sus máquinas por debajo del coste para rentabilizarlas luego con la venta de juegos. Pero ni unos ni otros valen como ejemplo para Apple, que no abaratará sus Mac, por la sencilla razón de que no lo necesita.
En perspectiva, la guerra es otra, el software de productividad. En la misma ocasión, Apple anunció la gratuidad de iWork, un producto que no satisface a nadie por muy fan que sea de la marca. ¿Afectará las ventas de la versión de Office para Mac? Para empezar, no se sabe a cuánto ascienden esas ventas, y en todo caso son una fracción mínima de las cuentas de la Business Division de Microsoft, por lo que el destrozo sería mínimo. El daño puede ser subjetivo, si consiguiera inducir en los usuarios una depreciación del valor de Office. Pero la propia Microsoft contribuye a esa tendencia al convertir su modelo de licencia, que algunos llaman SaaB (software as a box) en otro definido como SaaS (software as a service): Office 365.
El ataque al bastión de Microsoft tiene menos que ver con la familia Mac que con las tabletas. Ahora que Windows 8.1 está en el mercado con diferentes modelos de varios fabricantes, estos se postulan como alternativa al iPad. Claro que los portavoces de Microsoft fingen despreciar el movimiento de Apple con este argumento: «tratan de convencer a la gente de que un dispositivo nacido para el entretenimiento sirve también para trabajar, mientras los nuestros están orientados a la productividad» (Frank Shaw, VP de comunicación). La reticencia de Microsoft a sacar una versión de Office para iOS es un arma de doble filo; para cuando lo saque, las alternativas gratuitas (iWork y Google Docs) pueden haber ocupado un espacio irrecuperable.
iWork, así como iLife, serán suites gratuitas tanto en OSX como en iOS, mientras Office sólo es gratuita en las tabletas Surface y Surface 2, no así en las de otras marcas bajo Windows. En cuanto a la suscripción a Office 365 (Hogar Premium) cuesta 99 euros por año o 10 euros por mes, y según la compañía sus ventas son satisfactorias, pero la mayor amenaza no viene de Apple sino de Google.
La sombra de Google se proyecta sobre el jardín de Apple, En un futuro no lejano – dicen los gurús – el software acabará siendo gratuito, y como el dinero tiene que salir de alguna parte, las fuentes serían el comercio in-app y/o la publicidad. La gratuidad es una ensoñación en unos, y una falacia en boca de otros.
Desde la óptica de los desarrolladores, la corriente del software llamado gratuito hará que se deprecien sus aplicaciones. En abril de este año, el 90% de las aplicaciones disponibles para iOS eran gratuitas, con lo que la media de precio no pasaba de 0,19 dólares por descarga. En Android, menos todavía, 0,06 dólares ¿Es esta situación sostenible? En principio, desafía cualquier lógica económica; sin embargo, Tim Cook ha declarado que Apple ha pagado 13.000 millones de dólares a los desarrolladores desde que abrió la AppStore, si bien admite que sólo un cuarto de ellos puede vivir de esa actividad.
[informe de Pablo G.Bejerano]